Su hedor casi me pudre la pituitaria. Su mirada descarnada, sus labios exangües que apenas ocultaban sus dientes, de la deforme caja torácica a sus obscenos órganos sexuales, todo en él era repulsivo, y su respiración la mayor de las inmoralidades.
Aún así, no podía dejar de mirarlo, maravillado, sobrecogido, escandalizándome a mi mismo por no poder apartar la mirada. Quizá la atrocidad fascina más que la belleza.
11.11.2007
Hombre perro
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